Cuando la lluvia inunda
los repentinos surcos
los repentinos surcos
de un pecho ensimismado,
y la niebla tiende su manto de virgen
y la niebla tiende su manto de virgen
sobre el otrora manantío de alegría y belleza.
Todavía hay fríos
sacudiendo la tundra que fue selva
y las risas velan el cadáver de aquel nido
que bien supo iluminar veredas.
que bien supo iluminar veredas.
Todos los puñales se clavaron
en el angosto páramo de la tibieza,
pero tu voz, menuda y llena de lustre,
pero tu voz, menuda y llena de lustre,
aún sigue desempañando a gritos
el quejumbroso rostro de toda la tristeza.