miércoles, 31 de diciembre de 2014

Promesas para un año venidero

Reducir los niveles de colesterol en sangre
Y los de alcohol en el hígado
Ejercicio, con moderación
Disfrutar de sus ojos
Ser un buen tito, por partida doble
Encontrar el maldito acorde
Enfrentarme, definitivamente, a la mixolidia
Releer Rayuela
Retomar a Dostoyevski
Reencontrarme con Whitman
Reescuchar a Coleman
Oporto, Delhi, Katmandú
Controlar mis prontos
Y mis ansiedades
Bajar mis malos humos
Dejar de ser un gilipollas sin remedio
Soltar lastre
Vigilar mi ortografía
Soñar
Llorar más a menudo
Reírme sin trabas
Dejar que me besen
Besar
Dejar que me abracen
Abrazar
Dejar que me quieran
Abandonar el miedo a querer sin mesura
Evitar hacerme tanto daño
Moderar la culpa
Empezar a quererme sin más

No volver a escribir estupideces
como ésta

domingo, 28 de diciembre de 2014

Tosca alegoría del Pathos


Enjambre urdido entre saliva mordiente


Cuánta inútil semblanza
Cuánto descabello oportuno


Atravieso con mi daga la cerviz
de aquellos que se agazapan en esquinas podridas


De sus bocas caerán las lágrimas que me faltan
y de cada esputo, los besos que mi boca necesita


Egos enchidos de herrumbre
incapaces de ver más allá
del vivo retrato de Tánatos.

sábado, 20 de diciembre de 2014

'Vivre, c'est faire vivre l'absurde.'
Albert Camus


Los halagos son absurdos.
Las palabras delicadas son absurdas.
Las medias tintas son absurdas.
La misma cantinela es absurda.
Las borracheras sin delirio son absurdas.
La alegría incontenida es absurda.
Los amores sin olvido son absurdos.
La métrica, las rimas, los acordes menores son absurdos.
Las guerras en son de paz son absurdas.
Las banderas y las patrias son absurdas.
Los salvadores, los héroes, los mártires son absurdos.
Las leyes y las mordazas son absurdas.
Los yo sin ti son absurdos.
Los tú sin mí son sensatos.


viernes, 19 de diciembre de 2014

Necesitaba esto.


Necesitaba de tus troncos
y tus raíces,
de tus copas secas,
de tus humedades.


Necesitaba sentir
tu vaho sobre mi cara,
el pisar tus hojas muertas.


Necesitaba envidiar
el llorar de tus ramas,
mientras mis mejillas
siguen estando desiertas.
They say, the time kills the pain. I say, the pain kills my time.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

If you could hear
I would tell you
How the volcans spreads the ashes
Around my head


If you could see
I would show you
How the butterflies flies
Over my windows


If you could touch
I would let you feel
the sea that runs
Into my veins



If I could talk
I would talk to you,
I would talk to you

lunes, 15 de diciembre de 2014

CARTA PARA UN HASTA LUEGO DESESPERADO


Querida René:

No sé por qué, pero ayer tarde me dio por echarte de menos. Es verdad que desde que volví a saber de ti, vienes a mi memoria de manera recurrente, pero ayer, te eché especialmente de menos. Tanto fue así que un repentino impulso me llevó, después de tanto tiempo sin poder hacerlo, a recorrer de nuevo las calles por las que anduvimos aquella, la última noche, ¿recuerdas?

Mucho ha pasado desde entonces, y muchos han sido los recovecos por los que nos ha conducido la vida, pero hay cosas que no se olvidan con facilidad, y yo aún conservo vívidos los recuerdos de ese caluroso día de agosto en el que Montmartre, intentó mostrarse sublime para despedirse de nosotros.

He de reconocerte sin embargo, que el paseo no me resultó del todo agradable. Quizá fuese el frío de febrero no siempre me sentó bien, pero pasó que aquellos lugares, me resultaron extraños. Sin duda el tiempo, ha conseguido hacer mella en esos adoquines que antaño gustaban tanto de ser transitados, y hasta los balcones, parecían haber perdido la fuerza y el vigor con los que un día sujetaban esas macetas repletas de gardenias, rododendros y petunias.

Pero por extraños que me parecieran, ahí seguían estando los mismos rincones de entonces.

La misma terraza de la Place des Abbesses, donde, como aquel día en el que me fijé en ti, apenas pude articular palabra observando cómo tu melena rubia, descansaba sobre ese hombro desnudo.

Las mismas escaleras de la Rue Foyatier, donde te tendía la mano a cada escalón para evitar que tu tobillo izquierdo, aún maltrecho por un último percance con la bicicleta, tuviese que apoyarse demasiado sobre el suelo.

La misma explanada frente a Sacré-Coeur, desde donde admiramos Quartier Latin, mientras intentabas convencerme de que abandonara mis lecturas de Nietzsche. "No conseguirás amar bien a nadie, si no dejas de leerlo", me decías, intentando persuadirme con tu eterna sonrisa y tu mirada de gata. Nunca sabrás, cuánta razón llevabas.

El mismo bar de la Rue de Steinkerque, donde bebimos aquel whisky barato que nos supo a gloria, mientras de fondo, un enorme Mingus, interpretaba Sophisticated Lady. Recuerdo que por entonces, él tenía previsto dar un par de conciertos en el Théâtre des Champs-Élysées, y surgió la idea de hacernos con unas entradas e ir juntos a verlo, pero nunca llegamos a hacerlo.

Y por supuesto, allí seguía estando la odiosa estación de metro de Anvers, hasta donde te acompañé para ver cómo te perdías al bajar las escaleras que daban al andén. En aquel mismo instante, mi intuición me dijo que esa sería la última vez que te vería. No se equivocó.

Después de aquella tarde, un par de llamadas frías, otras tantas cartas en las que hablábamos de nada, y poco a poco, nos fuimos echando en el olvido.

 Yo, como siempre, procuré enfrentar la situación, aplicando la máxima kantiana del 'Das Glück ist nicht ein ideal der Vernunft, sondern der Phantasie', e intenté no ir más allá de lo que la razón obligaba. Pero no fue fácil. Contigo, nunca fue fácil utilizar la razón.

  Miles de preguntas me hice procurando buscar respuestas a lo que nos ocurrió. Intenté convencerme de que un tipo como yo, nacido en Trappes y curtido entre humos de fábrica y olores a incineradora, jamás hubiera podido congeniar con alguien de costumbres tan parisinas. Pero al final, siempre acababa viniéndome a la cabeza, esa copla que mi padre solía cantar por seguiriyas cuando se juntaba con sus compatriotas, exiliados españoles, y que decía:

Tú no tienes la culpa
ni yo a ti te culpo
te lo alevantan
tienen la culpa esas malas lenguas
que andan por el mundo.

Con el tiempo, he llegado a la conclusión de que la culpable de todo fue la propia Montmartre, por no haber sido capaz de mostrarse, aquella tarde, todo lo sublime que nosotros habríamos necesitado.

Sin más, se despide de ti hasta una próxima, aquel que aún en secreto te aprecia.

Olivier