“Muevan su cuerpo levemente hacia adelante para apoyar la guitarra contra su pecho, la poesía de la música debe resonar en su corazón.” (Andrés Segovia) "Escribir es defender la soledad en que se está." (María Zambrano)
lunes, 15 de diciembre de 2014
CARTA PARA UN HASTA LUEGO DESESPERADO
Querida René:
No sé por qué, pero ayer tarde me dio por echarte de menos. Es verdad que desde que volví a saber de ti, vienes a mi memoria de manera recurrente, pero ayer, te eché especialmente de menos. Tanto fue así que un repentino impulso me llevó, después de tanto tiempo sin poder hacerlo, a recorrer de nuevo las calles por las que anduvimos aquella, la última noche, ¿recuerdas?
Mucho ha pasado desde entonces, y muchos han sido los recovecos por los que nos ha conducido la vida, pero hay cosas que no se olvidan con facilidad, y yo aún conservo vívidos los recuerdos de ese caluroso día de agosto en el que Montmartre, intentó mostrarse sublime para despedirse de nosotros.
He de reconocerte sin embargo, que el paseo no me resultó del todo agradable. Quizá fuese el frío de febrero no siempre me sentó bien, pero pasó que aquellos lugares, me resultaron extraños. Sin duda el tiempo, ha conseguido hacer mella en esos adoquines que antaño gustaban tanto de ser transitados, y hasta los balcones, parecían haber perdido la fuerza y el vigor con los que un día sujetaban esas macetas repletas de gardenias, rododendros y petunias.
Pero por extraños que me parecieran, ahí seguían estando los mismos rincones de entonces.
La misma terraza de la Place des Abbesses, donde, como aquel día en el que me fijé en ti, apenas pude articular palabra observando cómo tu melena rubia, descansaba sobre ese hombro desnudo.
Las mismas escaleras de la Rue Foyatier, donde te tendía la mano a cada escalón para evitar que tu tobillo izquierdo, aún maltrecho por un último percance con la bicicleta, tuviese que apoyarse demasiado sobre el suelo.
La misma explanada frente a Sacré-Coeur, desde donde admiramos Quartier Latin, mientras intentabas convencerme de que abandonara mis lecturas de Nietzsche. "No conseguirás amar bien a nadie, si no dejas de leerlo", me decías, intentando persuadirme con tu eterna sonrisa y tu mirada de gata. Nunca sabrás, cuánta razón llevabas.
El mismo bar de la Rue de Steinkerque, donde bebimos aquel whisky barato que nos supo a gloria, mientras de fondo, un enorme Mingus, interpretaba Sophisticated Lady. Recuerdo que por entonces, él tenía previsto dar un par de conciertos en el Théâtre des Champs-Élysées, y surgió la idea de hacernos con unas entradas e ir juntos a verlo, pero nunca llegamos a hacerlo.
Y por supuesto, allí seguía estando la odiosa estación de metro de Anvers, hasta donde te acompañé para ver cómo te perdías al bajar las escaleras que daban al andén. En aquel mismo instante, mi intuición me dijo que esa sería la última vez que te vería. No se equivocó.
Después de aquella tarde, un par de llamadas frías, otras tantas cartas en las que hablábamos de nada, y poco a poco, nos fuimos echando en el olvido.
Yo, como siempre, procuré enfrentar la situación, aplicando la máxima kantiana del 'Das Glück ist nicht ein ideal der Vernunft, sondern der Phantasie', e intenté no ir más allá de lo que la razón obligaba. Pero no fue fácil. Contigo, nunca fue fácil utilizar la razón.
Miles de preguntas me hice procurando buscar respuestas a lo que nos ocurrió. Intenté convencerme de que un tipo como yo, nacido en Trappes y curtido entre humos de fábrica y olores a incineradora, jamás hubiera podido congeniar con alguien de costumbres tan parisinas. Pero al final, siempre acababa viniéndome a la cabeza, esa copla que mi padre solía cantar por seguiriyas cuando se juntaba con sus compatriotas, exiliados españoles, y que decía:
Tú no tienes la culpa
ni yo a ti te culpo
te lo alevantan
tienen la culpa esas malas lenguas
que andan por el mundo.
Con el tiempo, he llegado a la conclusión de que la culpable de todo fue la propia Montmartre, por no haber sido capaz de mostrarse, aquella tarde, todo lo sublime que nosotros habríamos necesitado.
Sin más, se despide de ti hasta una próxima, aquel que aún en secreto te aprecia.
Olivier
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