I
Ahora sé que he llegado a Puerto.
Lo sé después
de haber cruzado océanos
más grandes que aquel que nos separa.
Océanos de dudas
y de miedos,
de cobardía.
Océanos de cicatrices
marcadas a hierro en el alma.
No ha sido fácil, te lo aseguro.
Tuve que caer de nuevo en el abismo
de sentir el frío seco del silencio,
silencio que inundó otra vez mi pecho
con negros recuerdos del pasado.
Confieso
sentirme como un idiota
por no haber comprendido
que aquello era tu purga,
tu mirada hacia adentro,
tu descanso después
de nuestro arduo camino,
tu callado sosiego.
Pero ya no atiendo a los
cantos de sirena.
Mis oídos ya no reconocen sus
engañosas voces
que enloquecen
toda cordura.
Y puede que tú
aún no te hayas dado cuenta,
pero yo sé que ahora
he llegado para arriar velas
en los muelles claros de tu Puerto.
II
Quizá estés en lo cierto
cuando aseguras que necesito
terapia,
quizá estés en lo cierto.
Pero yo sé bien que
son tu piel
y tus hoyuelos,
es el rojo de tu mejilla
cuando me dices lo bien que me sienta la camisa.
Es que me susurres a Lorca y a Pessoa,
que me grites a la cara ese poema de Hilda.
Es que me enseñes cómo mirar a Cézanne,
que me hables de cosas que apenas comprendo
y que nadie más que tú
me explica.
Es esa foto que
alegra un mal día.
Es que tu pelo
guíe mi mano hacia esos acordes
y que tu sonrisa
sea el centro tonal de mi melodía.
Sé muy bien que es eso
lo que mi alma necesita.
Les Grandes Baigneuses, Paul Cézanne (1906)