Siempre estuviste silencioso,
estoico ante el festín interminable de mis excesos.
Sumiso a mis desplantes,
imune a mis desprecios.
Pero hoy gritaste sin miedo,
te revelaste bello y enorme
ante mi osadía.
Guerrero curtido en mil batallas
que se sabían perdidas de antemano,
hoy empuñas el arma
contra la sinrazón de mi soberbia.
Por eso te aprecio,
por eso te amo como nunca antes hice
y dejo en tus encalladas manos
el susurrante latir
de mi vida.
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