Destilabas risa
en cada poro de las palabras
que emanaban del tapiz.
Plantabas tu cara
en un jardín de metáforas
donde las esdrújulas se esforzaban
por perseguir tu entera y luminosa frente.
Cada verbo deseaba atrapar
la belleza de tu mirada
y tan sólo un adjetivo
bastaba para iluminar tu vientre.
Pero aquellos papeles se mojaban
con la sal de mis lágrimas
y mi cuello moría
esperando la cálida ola
de tu abrazo.
Aquel abrazo nunca llegó,
y ahora sólo quedan recuerdos que yacen
en el descolorido orden
de alguna olvidada fotografía.