Lento moderato a ritmo binario y la
armonía comienza a fluir en una natural superposición de acordes: Do mayor, Sol
séptima, Re menor. Las pieles comienzan a erizarse.
Tras cuatro compases preliminares,
los bajos empiezan a envolver el ambiente con su majestuosa gravedad, guiando la composición hacia un
universo de colores y tonalidades infinitos.
Poco a poco, amalgamas de notas se despliegan
de manera insolente sobre todas y cada una de las triadas. Un sinfín de escalas,
dóricas, jónicas y frigias, juguetean en el vientre de la mismísima Euterpe,
haciéndola sucumbir a los encantos de sus sostenidos y bemoles que, sigilosamente,
van recorriendo sin pudor los más recónditos rincones de la partitura.
Armonía y melodía se entrelazan en
abrazos eternos y besos a varias voces.
Compases que avanzan
impetuosamente y tempo que va acelerándose. Las fusas remplazan ahora a las
corcheas, de mucho más lento caminar, y las pulsaciones comienzan a sincoparse.
Crescendo de gemidos, caricias y
sensualidades etéreas, inundan las líneas del pentagrama por las que transitan
vertiginosos ligados de semifusas, junto a progresiones de acordes invertidos y
de tensiones imposibles. Cromatismos y
atonalidades, acompañan el estrepitoso movimiento de cada figura.
Picados, arpegios y trémolos extasiados
van apelmazándose sin control al final de cada compás. Y de pronto. Silencio de
negra. Calderón sobre blanca. Coda.
Ahora, abatidos, yacen los cuerpos
exhaustos, al tiempo que la melodía continúa fluyendo con sus dulces armónicos
a través de pelos ralos, empapados de sudor y de placeres colmados.
De nuevo, la música, volvió a
culminar con éxito su labor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario