como si del tren
de las ocho y cuarto
se tratase
mientras un murmullo de garras
se avecina en la habitación del olvido.
Rojo el ardor oculto
de las palabras
que se estrellan
mudas
en el inmundo muro
de la indiferencia.
Sólo queda esperar el grito,
ese grito que borre
solemne
este maldito océano de dudas.
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