Difícil coyuntura en la que me
encuentro, mi rey ha quedado visiblemente desprotegido y poco a poco se ha
ido minando toda una defensa que minuciosamente me había encargado de ir construyendo
durante el transcurso de la partida.
Primero cayeron los peones de
rigor, más tarde un alfil, torpemente movido por mi parte, sucumbió a uno de
sus caballos inteligentemente apostado detrás de su primera línea defensiva. Sin
solución de continuidad les fueron siguiendo caballos, torres y la reina. Ni
siquiera el enroque que obligaba la situación, consiguió mitigar los
cuantiosos daños que ya empezaban a ser alarmantes. Todas las piezas apartadas
del tablero gracias a sus movimientos rápidos y precisos.
Pero ha sido la pérdida de mi
último alfil, y penúltimo de mis bastiones, la que me ha colocado en esta comprometida
situación. Rey y peón solos ante un ejército de caballos, torres y alfiles
completamente intactos y dispuestos a doblegarse para defender a su
impertérrito rey.
Aunque ahora sé que su defensa no
es inexpugnable, y en mis circunstancias, no me queda más remedio que comenzar
el ataque.
Mi estrategia:
-
¡Te amo!
Ya veo mi peón introduciéndose sigilosamente, casilla a
casilla por su flanco débil, mientras mi rey ve camino libre por el
contrario.
-
¿Cómo dices?
Ella se había descuidado
demasiado, confiando en culminar cuanto antes mi derrota, pero en un par de sutiles
movimientos, mis irreductibles piezas han conseguido, inesperadamente,
acorralarla.
Por fin te tengo entre mis brazos.
Por fin consigo besarte.
Jaque Mate.