Me sentaré frente a nuestra ventana,
desnudo,
como de costumbre.
O tal vez me vista
con aquella camisa azul
que tanto te gusta.
Esa que de acumular sinsabores,
por poco acaba en la hoguera.
Esperaré paciente a que aparezcas,
sublime, esquiva,
como siempre haces,
y vuelvas a sentarte sobre mis rodillas,
y me mires,
y toques mis manos
como solo tú sabes.
Esperaré a que recorras mi espalda
con ese escalofrío que me sacas de dentro,
de las entrañas.
Intentaré desnudarte despacio,
mientras cierro los ojos para sentirte cerca,
para que tus besos empiecen a convertirse en melodía,
para que consigas que mis manos fluyan ajenas al tiempo
y la boca se me llene de sangre,
y las mejillas de lágrimas,
y me digas que me amas
a pesar de mis límites y de mis fallas
y de lo mucho que me cuesta vomitarte.
Entonces yo,
ensancharé mi pecho,
te enseñaré mi cuello,
recorreré tu vientre con la yema de mis dedos,
y suplicaré que no te vayas
susurrándote al oído,
que contigo se me olvidan los olvidos,
que contigo no me siento un juguete,
que contigo duelen menos el silencio y el desprecio,
que contigo no existe el miedo,
ni se sienten la falta de palabras,
ni la falta de miradas,
ni la falta de caricias,
ni la falta de besos.
Que me llevas en volandas por encima de todo.
Y te gritaré mudo que yo también te amo:
Mi Música
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