"Don't play what's there, play what's not there."
Miles Davis
"¿No se aburren ustedes?"
Se oyó decir al joven, apenas niño, de pulcro vestir e incipiente barba, que con pose estirada, discutía ante el reducido grupo que se había congregado a fumar tras la puerta trasera de la gran sala, mientras duraba el descanso del concierto que llevaba amenizando la cena desde el inicio de la tarde.
"¡La música popular siempre me pareció tan aburrida! a veces me resulta vulgar y molesta".
El viejo músico, se encontraba sentado en su rincón al fondo del escenario, aguardando el comienzo del segundo acto que habría de empezar en breve. A esas horas de la noche, el whisky y el cansancio, le hacían ya anhelar la cama de la pensión, y aquella botella de vodka a medio beber que había comenzado esa misma mañana.
Cuando aquellas palabras llegaron a sus fatigados oídos, sintió un temblor que le recorrió el cuerpo, haciéndole despertar de aquel pesado letargo. Y extendiendo sus arrugadas manos, carcomidas por la artrosis de años de escalas y acero, agarró torpemente su vieja y desvencijada guitarra, y atinó a colocar un breve acorde de quinta que salió despedido como un crochet de izquierda directo a la mandíbula.
Y ese acorde retumbó. Y como un estruendo, inundó cada uno de los rincones de la sala, haciendo acallar al instante el leve murmullo que se escuchaba.
Tras él, un eco de voces comenzaron a resonar en el aire. Y se distinguieron con nitidez, olvidados cantes que provenían de lejanos campos de algodón al sur de Virginia, donde esclavos negros desgarraban sus gargantas, preñadas de África y privadas de libertad. Y tras él, se oyeron antiguos quejíos de gitanos de la baja Andalucía, que saboreando sangre en sus bocas, se desprendían de su quebranto con ayuda de soleás. Y tras él, se escucharon gritos de jóvenes de los suburbios de Londres, que a base de guitarrazos combatían los envites del paro, la heroína y la miseria. Y todas ellas se fundieron en una sola voz, que poco a poco se fue desvaneciendo hasta dejar en silencio la sala.
Después de ese breve instante, que pareció eterno, el viejo levantó lentamente su cabeza del mástil y tanteando con deliberada paciencia, buscó con la vista el grupo desde donde se habían pronunciado esas palabras. Y allí encontró al joven, paralizado, petrificado, con la vista perdida mirando al infinito.
Y volviéndose hacia su desoctavada guitarra, cuya tercera trasteaba por los cuatro costados, comenzó de nuevo a afinarla. Y sin poder dejar de esbozar una sonrisa burlona, masculló para sus adentros "¡qué te jodan niñato! ", sabiendo entonces que ese joven, apenas niño, de pulcro vestir e incipiente barba, jamás volvería de aquel acorde.
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