Al alba,
me pareció verte
de espaldas,
postrada
sobre la barandilla
que nos separaba del día.
Y creí ver tu pelo
mojado
por las gotas del rocío
de la mañana.
Y un pequeño rayo,
me sacudió,
haciéndome creer que te tenía.
Fue
cuando giraste
tu cuerpo,
para mostrar ante mí
todo tu esplendor,
cuando vi que en aquel rostro,
no era tu belleza la que se imponía,
y no fueron tus ojos,
los que distraídos
me veían.
Y no era tu pelo
el que,
entre mis manos,
yo
entretejía.
Y el pequeño rayo,
se desvaneció.
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