Y salió a relucir
el poeta grandilocuente,
el ingenuo,
el idiota.
El poeta que adorna de grandes palabras
las diminutas cosas.
Ese poeta que apenas sabe
que la belleza
no cabe en vastas imágenes
ni en frases gloriosas.
ni en frases gloriosas.
Por suerte,
existe el otro poeta,
el escondido,
el susurrante,
el ausente.
el susurrante,
el ausente.
El que sabe
que el amor
no es soga que ata las pieles
y que está por encima de las
y que está por encima de las
necesarias partidas
o de los océanos que parten.
Ese poeta,
entiende bien que al amar
se recela de ataduras,
de empalagosas peroratas,
de melodías menores,
de lugares comunes.
de lugares comunes.
Este poeta,
no necesita proclamar
al viento
cuándo y cuánto ama.
Él, simplemente
engulle.