¡qué desierto de sábanas!
éstas que no arropan tu vientre
cuando el frío te invade
y necesitas arder.
¡qué desierto de manos!
éstas que encalladas de olvido,
no hunden sus huellas
entre los escondidos rincones
de tu eterna piel.
¡qué desierto de labios!
éstos que secos de tanto lamento,
no riegan ahora tu boca
cuando siente sed.
¡qué desierto de ojos!
éstos que añoran tu rostro
escondido tras el manto
se tu sublime desnudez.
¡qué desierto de sudores!
éstos que no empapan tu cuerpo
en extenuantes noches de guerra
que duren hasta el amanecer.
¡qué desierto de palabras!
éstas que no llenan tus oídos,
cuando al aire las hablo
y perdidas se encuentran
sin nadie a quien enmudecer.
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