Manteniéndose al margen,
a distancia prudente.
Dejando de observar el mundo
desde las vanidosas
alturas de sí mismo.
Alejado de las fotos
y los flashes.
Sin pretensiones
ni exquisiteces.
Sin más posesiones
que unas manos firmes,
a las que sentirse asido,
y un pecho agotado
con el que ofrecer abrazos.
Y es que,
sabiendo que el univeso entero
cabe entre tus párpados esquivos,
y que no hay mayor gloria
que ser objeto
de tus excasos besos
y tus inagotables descuidos,
¿quién en este mundo,
necesita sentirse reconocido?
Lamentablemente,
en los márgenes,
uno
siempre acaba siendo
pasto de tu olvido.
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