A mí, que el aplauso me sacó de mis casillas,
que lo grande me vino grande
y nunca conseguí ser lo suficientemente pequeño.
A mí, que no tuve manos para abarcar todos los cielos,
que preferí esconderme bajo la lluvia
y no enseñar las cicatrices de mi cuello
por miedo a que fueran admiradas o bendecidas.
A mí, que confundí caricias,
desestimé besos,
equivoqué abrazos,
no pude llorar derrotas,
evité pronunciar discursos
y acabé volviéndome loco con ilusiones absurdas.
A mí, que siempre seré incapaz de llegar a tiempo,
que nunca supe tomar la decisión correcta,
que por mucho que diga, nunca sabrá cómo lo siento.
Que de tanto callar me volví mudo
y de tanto hablar, gilipollas;
de tanto esperar, acabé desesperado
y de tanto olvidar, olvidé tener memoria.
A mí, que por no merecer,
ni su pelo,
ni sus ojos,
ni su boca,
ni emocionarme con esto
siquiera merezca.
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