Acurrucado bajo el ginkgo,
en silencio,
sin que mi maldita voz moleste,
maldiga o hiera.
Rebuscando entre la maleza
aquellos trozos que antaño ensamblaban a medida.
¿Dónde habrán ido a parar aquellas palabras?
¿Dónde aquellos ojos?
¿Dónde aquella melodía?
¿Dónde aquella primavera?
Será por eso,
que ya no se me estremece el estómago,
que las manos apenas tiemblan,
que los párpados se me cierran
y el sueño me visita mucho más a menudo.
Será que la razón, acabó imponiendo su ley al asalto,
como una célula terrorista con sus bombas de racimo bajo el brazo,
e hizo que todo saltara por los aires,
todo.
Pero aquí,
bajo el ginkgo,
uno se esconde y se acurruca,
absorto,
y busca, busca.
Busca
trocitos míos,
busca
trocitos suyos.
Pero siempre, siempre
en silencio,
para no hacer daño.
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