Jamás sierpe, ni cebra, ni mula
palidecieron al morir.
Federico García Lorca
Las mañanas de domingo
en Harlem,
se tiñen de ocres claros
y ébanos brillantes,
que se visten con sombreros
de nieve
y trajes azul cobalto,
incrustados en pieles zaínas
de gotas caoba
y terrosos mantos.
Las mañanas de domingo
en Harlem,
huelen a fogones
de Madagascar, Camerún y Etiopía,
aliñados con
hojas de Adansonia quemado.
Las mañanas de domingo
en Harlem,
suenan a Gospel
y a síncopas de 6/8,
a samples de 2pac,
a Miles con su trompeta
y a Mingus con su contrabajo,
y en el Apollo se siguen escuchando
los cantes de Aretha, Ella, Etta,
Stevie, James y los Jackson.
En las mañanas de domingo
en Harlem,
aún resuenan los discursos
de Marcus, Martin y Malcolm,
que mantienen orgullosa la belleza
del color que inunda
los balcones del barrio.
en Harlem,
África se mueve
al compás del baile
de los niños en las calles,
y se despereza alegre,
en el mismo ombligo del mundo,
intentado despertar de su largo letargo.
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