Las manos sangran,
y jamás volveré a tocar
la nota
que colmó de grises
las altas colinas de tu boca.
El pecho gruñe,
y en el oscuro jardín
de mis uñas,
robustas y erguidas,
gimen las tristes orquídeas
ante el altar de tus lirios.
Las fuentes aman,
y en las gotas
que rebosan
el whisky de mi risa
nunca dejaré que
vuelvan a volar
aquellas mariposas
de alas ahuesadas.
Y el olvido descansa
sobre mi hombro
cuando desnudo me sumerjo
en el hermoso vivero
de tu mundo.
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