Menos mal
que hoy me querías,
y dejaste
que mis dedos recorrieran
acariciando
las eternidades de tu brazo.
Porque no estabas fría,
y de tu boca
salieron flechas
que en mi estómago
clavaron su astil.
Y mis ojos cerrados
vieron,
en ese arpegio quebrado,
tu nido.
Y mi pecho te sentía
mientras lloraba la palma
de mi mano derecha.
Menos mal
que hoy me querías,
porque hoy,
de veras,
te necesitaba.
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